Comunicaciones personales

sábado, 28 de diciembre de 2013

Alta cultura

Periódicamente aparecen artículos alertando y lamentándose sobre la pérdida de “alta cultura” en occidente; los últimos que recuerdo, de Mario Vargas Llosa y Luis Antonio de Villena. Entiendo que temen, con razón, una próxima “barbarización” de nuestra sociedad, en la que lo chabacano, zafio, grosero e ignorante se imponga y se extienda definitivamente a toda la población. Si lo he entendido bien, dentro de los poseedores de “alta cultura”, supongo que estarían los que discriminan entre los Nocturnos de Arrau y de Pires, entre el Beethoven de Brendel y el de Zimmerman, los que conocen el significado de “vs.”, los que diferencian el surrealismo del expresionismo abstracto, los que conocen no sólo las novelas de Delibes sino además el discurso de ingreso en la RAE o sus cartas al editor… pero en fin, tampoco yo quiero caer en el error de confundir alta cultura y erudición, y paro aquí. Este tipo de artículos  me produce una cierta incomodidad, sin embargo, por varios motivos:

Primero, yo les diría que no tengan tanto miedo; esta sirena de alarma ha sonado periódicamente a lo largo de los siglos, y sin embargo la “alta cultura” nunca desapareció: desde el famoso lamento de Larra hasta ahora, aun así los espíritus exquisitos y las obras refinadas han seguido apareciendo, inquebrantables al desánimo y la pérfida circunstancia histórico-social. La estulticia parece imposible de erradicar, pero la genialidad también: y la humanidad no deja de producir preciosos frutos por muy mal abonado que se encuentre el terreno. Hasta ahora, los datos le dan la razón a Ortega y Gasset: “hombres masa” hay en todas partes (incluyendo la Universidad y su claustro de profesores) pero, afortunadamente “hombres no-masa” también, y además no se callan.
 
Segundo, no me gusta el “retintín” soberbio que destilan ese tipo de protestas porque, al referirse a la “alta cultura”, parece que los autores aprecian la suya y despreciaran cualquier otra como, por ejemplo, la cultura “popular” (Altamira, los Hermanos Grimm, Joaquín Díaz, Radio Tarifa…), la cultura “pop” (empezando por la Movida madrileña y terminando por Warhol), la liga de 1ª división (y esto, por favor, no lo discutan conmigo, discútanlo con Luis Racionero), la moda o la gastronomía… La distinción entre cultura “alta” o “baja” no deja de ser arbitraria: Sr. De Villena, no haber pasado por la universidad, ¿inhabilita para crear “alta cultura”? ¿Es decir, la poesía de Miguel Hernández no lo es? Sr. Vargas Llosa, las corridas de toros, ¿son “alta cultura”? ¿Las peleas de perros o de gallos no lo son?

Tercero, relacionado con lo anterior: Me da la impresión de que en el concepto de “alta cultura” excluye el área científico-técnica. A mí esto me resulta inaceptable dentro de cualquier clasificación de “alta cultura”. Es decir, a todos nos suena Galileo, Newton o incluso Gay-Lussac de nuestros tiempos de instituto, pero dentro del saco de la “alta cultura” entiendo que necesariamente habría que incluir como mínimo: las lecciones “What is life?”; la controversia entre teoría de la probabilidad y de lógica difusa (fuzzy logic); los trabajos sobre termodinámica del no equilibrio; la controversia entre la evolución clásica o por simbiogénesis… es decir, todo eso que de vez en cuando nos traía el programa Redes (gracias, Punset). ¿Cómo excluir los resultados del método científico cuando la generación de conocimiento nuevo parece ser lo único que realmente diferencia al hombre del resto de especies animales?

Y cuarto y lo más importante, este tipo de artículos olvidan o eluden la tragedia que proyecta su sombra sobre este concepto: la “alta cultura” no nos ayuda a ser mejores personas. La bondad y la maldad humanas siguen siendo un misterio y tienen un origen desconocido, y eso lo ha expresado meridianamente ya Jon Sobrino. Los jerarcas nazis eran melómanos exquisitos, y quemaban personas aunque respetasen obras de arte; zares y otros reyes de la época absolutista, absolutamente insensibles al destino de sus siervos, tenían un refinamiento de modales y un acervo cultural más que aceptable. Atila amenizaba sus festejos con recitales de poesía.


La conclusión que yo obtengo es que la alta cultura es digna de respeto y protección, pero no es lo más importante. Savater, estoy contigo: prioricemos la educación primaria.