Comunicaciones personales

viernes, 4 de mayo de 2007

¿Son felices los funcionarios?

Mi padre siempre me decía “hijo, los funcionarios tienen que ser necesariamente felices: tienen su vida asegurada”. Desde luego, mi padre sabe lo que es vivir una aventura y un agobio continuado, año a año, pendiente siempre de las ventas y de los resultados, en la S.L. que formaban él y sus dos hermanos. En mi familia no ha habido nunca (hasta donde yo puedo contar) ningún funcionario, más aún, la inmensa mayoría de sus miembros han sido autónomos o empresarios, es decir, emprendedores en el mercado capitalista, por lo que el mundo del funcionariado viene a ser para nosotros “ese otro país donde se vive mejor”. Por supuesto, cabe la pregunta: si tan seguros estamos todos de la felicidad de los funcionarios, ¿por qué no ingresó nadie en el cuerpo? La razón histórica es simple: uno no se propone lo que no puede conseguir, debido a la falta de estudios. Los años 50 y siguientes las familias numerosas urgían a traer pan a casa. Pero lo curioso es que después se ha mantenido la tradición, e incluso la primera persona que accedió a los estudios universitarios se estableció por cuenta propia tan pronto como pudo. Yo de hecho soy uno de los que está rompiendo la regla trabajando por cuenta ajena (aunque un ramalazo sí he tenido, incluyendo la fundación de una S.L. con dos amigos que al final no fructificó). Este esquema es muy general: No se nos olvide que España es fundamentalmente un país de PYMEs. Pero, en fin, me estoy desviando indebidamente del objeto de este escrito. Reitero: ¿son realmente felices los funcionarios? Desde luego, existen condiciones objetivas irrebatibles a favor de su estatus como trabajadores: tienen más tiempo libre, debido a los moscososos y que se permiten (por increíble que parezca) tener también becarios en quien descargar tareas engorrosas (ésa es la triste definición de la palabra “becario” en nuestros días). Además, tienen su vida efectivamente asegurada, con un sueldo estable y sin posibilidad en la práctica de ser despedidos por ningún motivo. Por favor, para rebatirme o completar este informe, ruego encarecidamente que me enviéis historias de funcionarios despedidos. El sistema de funcionariado en España está sujeto a incentivos (ya sea en tiempo o en dinero) pero no a penalizaciones, por lo cual un funcionario, haga lo que haga, bien o mal, sólo puede mejorar. De hecho, un ingeniero brasileño recién aterrizado en España nos declaró abiertamente esta visión suya de la sociedad española, durante un curso: “en España existen claramente dos clases sociales: una, los funcionarios, que no tienen que preocuparse por sus ingresos, y otra, todos los demás, luchando su vida como pueden”. En definitiva: desde un punto de vista teórico, a priori y objetivo, los funcionarios deberían ser todos felices. En lenguaje coloquial, es el “¿de qué se quejan?” que proclaman muchos no funcionarios cabreados. La única desventaja que tenían es un sueldo más bajo que en la empresa privada, pero esa desventaja ha quedado anulada en los últimos años debido a la escandalosa reducción en el salario medio español, así que las ventajas objetivas de ser funcionario brillan como nunca a día de hoy. El sistema de interinidades es absurdo y trastornaría hasta el más pintado, pero, insisto, mi análisis es relativo a los funcionarios ya consolidados frente al resto de trabajadores, así que en “resto de trabajadores” incluyo a los interinos con todo derecho.Pero todo esto lo sabemos de sobra. Escribo esto porque no son las condiciones objetivas sino las subjetivas las que me interesan; no las hipótesis sino el estado real actual de las personas. Así que, recuperando el título, aceptando que deberían ser felices, ¿son felices EN LA PRÁCTICA los funcionarios? Yo me fijo mucho en su actitud y en su cara, en sus reacciones, en cómo piden las cosas y cómo las dan, cuando me atienden. Cómo están colocadas sus mesas o sus cubículos, cómo se miran entre ellos, y la verdad es que muy pocas veces me encuentro ánimos serenos y agradables, que te transmitan paz y confianza. En general los que atienden al público están crispados (y en parte lo entiendo, atender al público es duro y además el público solemos estar predispuestos contra ellos), se tiran pullas de unos a otros y tienen reacciones un tanto desquiciadas: elevar la voz sin necesidad, mostrar un comportamiento compulsivo y desproporcionadamente agitado o desproporcionadamente lacio, y además bastante similar entre distintas instituciones. Lo mismo en Correos que en el INSS, que en el ayuntamiento o en la Comunidad Autónoma. Por cierto que no toco la Universidad pública en este análisis porque (salvo rarísimas excepciones) es una institución perfectamente separada de la sociedad que sólo interacciona con ella de forma muy débil, así que no para mí constituyen un funcionariado aparte fuera del alcance de este análisis.En resumen: desde un punto de vista empírico, a posteriori, subjetivo, los funcionarios no parecen felices. Diantre, ¿cómo explicarse esta contradicción? Tras arduas reflexiones, he llegado a esta conclusión. Al final, lo más parecido que yo encuentro a las grandes oficinas de funcionarios (ojo, hay grandes empresas que siguen el mismo esquema) es una granja de pollos: tienen toda la comida que quieren, pero sin embargo viven agobiados porque no encuentran espacio para revolverse. Demasiada seguridad y demasiada restricción al movimiento. Algunas pruebas de ello: todos los funcionarios que acaban de entrar se desviven por pedir un traslado; incluso antes de entrar, ya planifican su plaza para poder pedir un traslado lo antes posible. ¿Ya nada más entrar y se quieren ir? Señal de que este tema es importante para la felicidad. Por supuesto no es tan fácil, pero en la empresa privada uno puede pedir un trabajo en otra parte y depende en gran medida de su habilidad que se lo den, pero para un funcionario no es tan directo, depende de complicadas reglas impersonales. Y esperar con paciencia. Por otra parte, estar siempre rodeado de la misma gente y no poder hacer nada porque nada cambie tiene que quemar necesariamente, y ese queme no lo compensa las vacaciones, porque a la vuelta de vacaciones sabes que tendrás más de lo mismo.Eso sí, no conozco ningún caso de un funcionario que haya renunciado a su status y haya vuelto a salir a la búsqueda de trabajo libre, así que, infelices y todo, digamos que viven en una especie de parálisis opuesta al sabor embriagador de la vida de verdad. Mi recomendación a las más altas instancias del Estado es simple: quizá seríamos más felices todos si los funcionarios tuvieran un poco menos de seguridad y un poco más de incertidumbre, y si el resto tuviéramos un poco más de seguridad y un pelín menos de incertidumbre.Con mis mejores deseos a todos mis amigos funcionarios y lo que no lo son

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