Comunicaciones personales

viernes, 17 de octubre de 2008

Líderes políticos

Los españoles tenemos una ventaja en nuestra apreciación de la vida política que, aunque pueda parecer patética, sin embargo es muy saludable, dado que significa que estamos mentalmente despiertos: sabemos que nuestros grandes líderes son gente común y corriente.

Me explico. Quizá en Alemania, el ciudadano medio crea que Ángela Merkel es una mujer más inteligente, más educada y con más altura moral que la media de la población. Y hay una posibilidad nada desdeñable de que así sea. Lo mismo se puede decir de los franceses en su apreciación de Sarkozy o los ingleses de Gordon Brown. Incluso en Italia puede decirse lo mismo, con un contratipo: que Berlusconi es mucho más listo, mucho más jeta y mucho más bribón que la media, pero, como decimos en España con una mezcla de envidia y pícara admiración "qué cabrón, se ha salido con la suya", que, en el fondo, es un reconocimiento a un cierto carácter excepcional por encima de la media de la población.
Pero en España, todos sabemos que Rajoy o Zapatero no son más que tú y que yo. No son capaces de improvisar un discurso. Hasta donde yo sé, se los preparan. Contestan de forma ridícula y sin ningún aplomo ni pudor a preguntas sencillas (el famoso asunto del precio de un café, o su sueldo). No me extraña que los verdaderos protagonistas de los debates preelectorales fueran sus insignes segundones, Pizarro y Solbes. Todavía no me ha explicado nadie cómo es posible que ambas personas hayan llegado donde han llegado, y me temo que nunca llegaremos a saberlo (otro gran caso enigmático fue, en su momento, Suárez, que ya ha quedado para la historia como aquel que sin especiales méritos que le avalaran supo deslizarse en la historia y que todo le saliera bien). Desde luego, uno no puede honestamente aspirar a volver a tener en el parlamento figuras de la talla de Ortega y Gasset y Azaña, porque las personas de verdadero talento son por definición escasas y de aparición impredecible pero, un tanto por debajo, al menos hace unos años teníamos a Carrillo, Fraga y Felipe González. Ahora hemos dado un paso bastante más abajo y, afortunadamente, nos queda como compensación la extraordinaria libertad del bufón: la de reírnos. Eso sí, a lo peor, como decía Erich Fromm, acaban teniendo más poder del que debieran y terminaríamos todos en el mayor problema del poder: que gente ordinaria se viera dotada de poderes extraordinarios. Menos mal que no estamos en un régimen presidencialista. Pero, repito, contamos con esta ventaja aunque a primera vista no parece que sea una ventaja: al menos, lo sabemos.

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